23 de marzo de 2010

la crítica del ALCALÁ CUENTA

4 ESQUINAS 4



Vaya por delante que quizá en esta crítica no sea demasiado objetivo. Sí, lo reconozco, a mí Félix me pone. De todos los narradores y narradoras que han pasado por Alcalá en estos años, y son muchos, los años y los cuentistas, Félix y pocos más han conseguido ponerme. Y cuando escribo o digo que me pone, no es en el sentido en el que seguro que alguno o alguna está pensando. Félix me pone al borde del precipicio con sus historias, al borde del llanto contenido, al borde de la carcajada más hilarante.




Hecha esta especie de introducción debo decir que el pasado viernes este narrador alicantino presentó en el Teatro Cervantes su espectáculo “Las Cuatro esquinas”. Una sesión de cuentos para adultos que, como él mismo dice en su programa de mano, está compuesto por tres historias, dos silencios y una sola voz.

Me voy a permitir jugar con el título para hacer la crítica. Cuatro esquinas, el público del teatro, la sesión, el propio narrador y la voz. Del público decir que me sorprendió bastante hacer cola para entrar, como cuando voy al teatro. Que me sorprendió la asistencia, estaba bien repleto. A posteriori me han dicho los Légolas que se superaron las doscientas personas. Buena taquilla entonces, he pensado. Es que a uno le sale la vena de economista cuando menos se lo espera. Bien por el público.


La sesión comenzó con un ejercicio de disociación mental en el que el narrador nos invitó a participar. No sé si disociamos mucho o poco, bien o mal, pero el caso es que desde el principio le dejamos hacer. Y él se regaló para nosotros, nos contó tres historias fruncidas con el hilo de los recuerdos de la infancia, con las puntillas de unas sábanas que arropan, con el dobladillo de personas y paisajes cercanos, de nuestra Alcalá, con un tejido a veces suave, a veces áspero, como la misma vida de la que nos hablaba, la suya, la de sus recuerdos. Tres historias, dos silencios. ¡Qué grandes los silencios!, ¡qué hermosos! A la salida del teatro muchos nos preguntábamos dónde empezaba la ficción y dónde la realidad de lo que nos había contado.

El narrador se desnudó en escena, puntualizo, en el sentido metafórico. Que no faltará alguien que piense que lo hizo de verdad y que por eso me pone. Se desnudó y se entregó, sudó, y estuvo sobre el escenario más de cien minutos, que es lo que reza el programa que nos entregaron a la entrada. Por cierto, buen detalle, si el cuento está en el Teatro no está de más que use ciertos códigos del teatro. Félix llenó el espacio, y mira que es grande, con su cuerpo, con su voz, con movimientos naturales y medidos. Pero medidos desde lo orgánico, no desde el encorsetamiento.

Dejo para el final la voz, porque la voz de Félix fue una y fueron muchas. Tantas como personajes aparecieron en sus historias, tantas como cada uno de los que allí estábamos. Una voz y un ritmo pausados, y trepidantes, acordes con los momentos que así lo requerían las historias. Una voz que se interrumpió hasta en catorce ocasiones por aplausos espontáneos. Sí, lo cuento todo. Una voz que perdura aún hoy, seguro, en muchos de nosotros.

Para terminar me gustaría “criticar” tres detalles que me llamaron la atención, quizá en negativo: la mesa, o lo que sea, cubierta con la tela negra que usaron tanto Matías como Félix no me pone nada, ¿se podría cambiar? El vestuario del narrador correcto, pero no el calzado, algo rudo. Y en los aplausos finales, sentí que Félix empequeñecía, que no sabía dónde meterse, quizá por la falta de costumbre de los narradores a escenarios de este tipo.

LUCAS FONDÓN.

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